I
La presa
La presa
El sonido de los pasos hacía eco en el pasillo que conducía al dormitorio de Ada, éste sólo era un cuarto más del castillo, pero contenía algo muy importante.
El clan, por generaciones fue respetado, honrado y temido hasta por sus enemigos que preferían su falsa amistad a desatar su furia. Tantos años de honor, buenaventura y de historia, que era casi imposible imaginar que el clan estuviera en decadencia a pesar de toda su historia, pero era una realidad.
Los pasos se detuvieron en el umbral de la puerta a medio cerrar, en el dormitorio Ada se encontraba apurada empacando en un morral, algunas cosas de importancia.
-Ada, ya es hora, ya vienen –dijo el capitán de la guardia en la puerta.
Ada seguía buscando, al parecer algo demasiado importante como para atender a la voz, que la apresuraba. El cuarto estaba revuelto y en la cama se encontraba un niño recién nacido, dormido plácidamente.
-Los lobos se oyen a la distancia, tenemos que escapar ¡ya!
La voz era más enérgica ahora, lo suficiente como para atraer la atención de Ada que lo volteo a ver y asintió diciendo –Esta bien, ya voy. El morral se lo colgó al hombro y se dirigió a la cama, tomando al niño en brazos le susurro al oído –muy bien ahora nos iremos de viaje, todo saldrá bien.
Raud, el hombre que esperaba en la puerta, la tomo del brazo apresurando el paso, en los cuartos aledaños se oía mucho ruido y gritos que terminaron por despertar al niño que empezaba a llorar. En el descanso de las escaleras Raud tomo a Ada frente a él, aferrándola por los brazos tomándose un momento para contemplarla, ella no entendió esto pero lo vio a los ojos un tanto sorprendida, lo vio con esos mismos ojos que lo habían visto tantas otras veces, esos ojos color avellana que tranquilizaban a cualquiera. Por un momento, Raud pudo ver la belleza total de Ada parada frente a él, su cabello cayendo a sus costados como hilos de oro, sus labios afilados y carnosos, su piel blanca como la nieve, efectivamente tenía el porte de una diosa.
-¿Qué sucede, por que nos detenemos Raud? –dijo ella con una leve sonrisa en su rostro.
-No es nada, solo quería verte –después de una breve pausa dijo- tenemos que irnos hacia el norte, es nuestra ruta de escape. Glam nos guiara, debemos ir ligeros, los lobos están por llegar. ¿Tienes contigo los aretes? –Si – dijo ella- bien, nos esperan, es hora de irnos.
Ella asintió con la cabeza y reanudaron el paso. Echando una mirada alrededor con un poco de nostalgia. Llegaron a un patio atrás del castillo, que tenía antorchas en las paredes donde ocho o diez miembros del clan los esperaban. Solo pudieron saludarse con la mirada, cuando oyeron el aullido de lobos al frente de la fortaleza. Todos miraron rápidamente una puerta doble de madera, que se encontraba a un lado de las escaleras. Se quedaron muy callados y con las manos en las empuñaduras de las espadas, esperando, oyendo. Un golpe ensordecedor indicaba que la puerta principal había sido derribada, el sonido era de una explosión que la hizo volar. Los gritos de los soldados que cuidaban la puerta, eran de terror, los lobos entraron al castillo y mataban a cualquiera que estuviera en su camino. Los lobos iniciaban su cacería y ellos eran la presa y la ironía se reía en sus caras. Su clan eran los siervos de la muerte, sus eraldos, los recolecta almas, los Cazadores.
Los sonidos de la batalla eran cada vez más cercanos, algunos en el patio no sabían que hacer, por mucho tiempo ellos decidieron el tiempo que la gente debía vivir y sabían que era inevitable e inaplazable, tal vez solo debían aceptar que ellos ya no eran necesarios, que la muerte ya no los necesitaba.
-Vámonos –dijo Raud al grupo dando media vuelta sosteniendo a Ada con un brazo.
Todos los siguieron, menos uno, Eleth parecía no haber escuchado a Raud. Se quedo de pie, con la mano en la empuñadura, esperando. Raud lo volteo a ver, y repitió la misma palabra –¡Vámonos! – Eleth no respondió, solo dio unos pasos adelante y dijo –No iré, yo me quedo.
-¿Qué estas diciendo? ¿Cómo que te quedas? – una mujer salió del grupo para acercarse a Eleth que seguía con la vista fija en la puerta de madera, tomándolo del brazo, le dijo – vámonos, por favor.
-No – dijo muy tranquilo – ya no hay más tiempo para mi en la tierra, la muerte viene por mi, nos ha dado la espalda. Todos sabemos que es inevitable, no puedo huir de ella.
-No es cierto, no puede estar pasando, tú… todavía no.
-Milan – la interrumpió con una voz tranquilizadora, volteando a verla le dijo – yo la siento, puedo olerla, es lo mismo que sientes cuando tomas el alma de alguien, yo sé que tú también lo sientes, tú también sabes que esta cerca, que viene por mi.
Milan bajo la vista y empezó a llorar en silencio, mientras que los gritos de la batalla aumentaban y se acercaban más y más. Le soltó el hombro y dio un paso hacia atrás. Eleth alargo su mano, tomándola de la cara para verla. Ella con ojos vidrioso levantó la vista.
- No te preocupes, te estaré cuidando desde donde me encuentre, ahora es mejor que se vayan – Eleth les dio la espalda mientras se dirigía a la puerta.
Milan solo pudo bajar la vista para ocultar su llanto. El grupo de cazadores inicio la ruta de huída. Entre la espesura del bosque y la penetrante noche, era difícil distinguir algo para cualquier hombre normal, pero eran diferentes, habían nacido para esto, iban tan rápido como solo ellos sabían hacerlo. Solo oyeron la puerta romperse a sus espaldas, los gruñidos de los lobos, el desenvainar de una espada, una explosión aullidos y gritos de dolor. La pelea fue corta, los lobos eran muy fuertes y más numerosos. Un último aullido indicaba la muerte de Eleth y la decadencia del clan de Cazadores.
Ninguno de los que esa noche vio la cara de Eleth, dejaría de pensar que se habían convertido en presa.
